jueves, 11 de noviembre de 2010

Me confieso pecador

Soberbia. Envidia. Codicia. Ira. Pereza. Gula. Lujuria. De chico me hicieron tenerle miedo a esas palabras, porque cada una de ellas era un pasaporte de ida al Averno. Sin escalas, en un vuelo de infinitas horas, en el asiento que está al lado de la turbina, con un obeso que come frijoles refritos, y no tiene pruritos en gasearse, sentado al lado tuyo. Básicamente así me pintaban el camino al infierno mis educadores en el Benito Nazar.


Con el tiempo crecí (por lo menos de estatura), y la idea de un tipito todopoderoso, sentado arriba de una nube, mirando las porquerías que pasan bajo él sin impedir o remedar nada, me empezó a sonar a patrañas, engaños para tratar de que los 300 alumnos(*) no se descontrolaran todos juntos. Es un proceso largo, que todavía sigue. Ocho años de lavado de cerebro calan profundo. Sabiéndome (creyéndome) pecador, la culpa me carcomía. Bueh.. "carcomer" es medio exagerado. También lo es decir "si no vas a misa, vas a ir al Infierno, donde no van a estar ni tu mamá ni tu papá ni tu hermanita" (me lo dijo un cura con olor a que no se lavaba los dientes desde hacía mucho, a los 10 años... hoy le diría "bueno, el Infierno no es un mal lugar para estar entonces", pero el muy sucio se murió antes).


Pero ya pasaron muchos años de eso; y los pecados capitales se ven cada día más divertidos. Particularmente los últimos tres que nombré.


¿Qué cosa más linda que dormir una siesta robada un sábado a la tarde? ¿Y dormir los domingos hasta bien pasado el mediodía? Tirarse a leer en el verano a la sombra de un pino, pasear por horas sin rumbo fijo... ¿qué me dicen de sentarse en una mesa, con un tremendo cordero a la menta en el medio? Un asado bien jugoso, exudando  jugos por cada uno de sus poros, con una ensalada de papa y huevo... o, más simple todavía, un plato de langostinos con una caipirinha helada... todo esto sólo es superado por el último y más divertido de todos los pecados. Imaginen el cuadro del asado, pero con una mujer... imaginen cada orgasmo que tuvieron en sus vidas. Imaginen que van a pasar una eternidad en el infierno por cada uno de ellos. Soy un pecador. Me gusta enojarme, me gusta dormir, me gusta comer y me gusta dar y recibir placer.


En todo caso, es más sano que bajarle la caña a un pendejo.


Shazbut, nanu nanu.


(*)Suponer que en ese colegio eramos 300 alumnos es una locura. Entre jardín, primaria y secundaria, debían arañar el doble de ese número, pero digamos que se me hizo particularmente poético imaginarme como parte del ejército de Leónidas, luchando contra los curas, que si bien no tenían la superioridad numérica que tenían los persas en Termópilas, tenían a Dios de su lado. A los diez años, pensar que alguien tiene semejante aliado es un poco... abrumador.