lunes, 12 de julio de 2010

Cronicas Rojas

Hay gente que está marcada por el nombre

No es que uno se levante un día y diga “hoy voy a empezar a escribir”. Muchos desearíamos que así fuera, que le inserten la facilidad de volcar lo que piensa al papel, tal y como Neo aprendía Kung Fu en The Matrix. Pero no, es un largo proceso el que uno vive hasta que empieza tímidamente a esbozar sus primeras líneas: “MI MAMA ME MIMA”. Es probable, y no sé si preferible, que incluso se haya aprendido a leer antes de escribir. No recuerdo cuáles fueron mis primeras lecturas, le pregunté a mi viejo, y tampoco se acuerda. Si recuerda que me leía “El Hobbit”, y cuando me lo dijo me vino a la mente una imagen de él, acostado en una hamaca paraguaya una noche en la quinta que alquilaban en Los Cardales. Lindo recuerdo, creo que estaba mi prima al lado. La cuestión es que uno empieza a escribir cosas como MI MAMA ME MIMA, MI MAMA ME AMA, MI MAMA AMASA LA MASA, y tibiamente se acerca al mundo de las letras, con esas cursivas enormes que nos enseñaban nuestras maestras, bien redondas y grandes. Después va creciendo y el material de lectura se va ampliando. En mi caso particular, tengo que agradecer a los comics, que me abrieron las puertas a este maravilloso mundo. Me recuerdo pidiéndole A 15.000 (léase australes, quince mil) a alguno de mis padres, mientras hacía la cola en La Vaca Atada (una carnicería y verdulería que estaba en Córdoba y Julián Álvarez, ahora es un local de Tabatha) en septiembre de 1991 para comprarme el primer número de Superman, editado por Perfil. También recuerdo mi primer Ásterix, “El Regalo del César”. Trato de acordarme de cosas anteriores, pero nada viene a la mente, sólo “La Isla del Tesoro” de Robert Louis Stevenson, pero en mi infancia básicamente leí comics. Primero Superman, después Batman & los Outsiders, después todo lo que cayera a mis manos. Un día papá apareció con 4 números de Crisis en Tierras Infinitas, una maxi serie de DC que constaba de 12 números. Tardé 7 años en poder completarla. La gente que me conoce, probablemente no se sorprenda con esto, pero cuando compré el último número (que fue paradójicamente el nº 12) me di cuenta de ese hecho me había marcado de por vida.

Otra cosa que uno hace antes de escribir, e incluso leer, es ver. Uno mira todo lo que lo rodea de niño, y para nuestros padres, tutores o encargados, era inevitable dejarnos frente a la niñera ciclópea. Así es como empezamos a ver tele y películas. Tampoco me acuerdo lo primero que vi en tele. Pudo haber sido “El inspector ardilla”, “Súper Ratón” o esas primitivas animaciones que ahora pasan en Retro de Superman. Mi primer película tampoco la recuerdo, pudo haber sido “Trapito” o “Ico, el caballito valiente”. Es triste pero cierto. Me encantaría poder decir “si, el primer libro que leí fue `La Divina Comedia´”, o “mi contacto con el séptimo arte fue una tarde de lluvia viendo `Belle de jour´”. Pero soy un hombre común; y, personalmente, si alguien me dice algo como eso, no le creo, o pienso que empezó a leer y ver cine a los 23 años; y creería que a esa persona le falta algo importante en su formación como persona. Si tu primera película fue esa, te perdiste de algo en la vida, y ese “algo” es uno de esos que no se pueden recuperar. Si empezaste a leer con ese libro también.

Ustedes se pueden estar preguntando, “¿tendrá algún punto este tipo, o simplemente se puso a escribir lo que se le ocurría?”. Y si no se lo están preguntando es porque o no le prestaron atención a nada de lo que puse, o se dieron cuenta que ya expuse mi idea.

Uno no se sienta un día y empieza a escribir, ese largo proceso que empieza cuando la señorita nos enseña a dibujar MI MAMA ME MIMA, continúa cuando entendemos que hay detrás de esos dibujos (perdonen este arranque de semiología), y continúa a través de toda la vida. Y, mientras, hacemos más dibujos de letras, imitando los de los libros y manuales. Hasta que un día, no vemos los dibujos sino lo que significan. Ese momento de epifanía, por ser parte de un largo proceso, no es tenido en cuenta ni lo recordamos. No es algo que nos marque porque no le podemos poner una fecha. Capaz no le podemos poner una fecha porque el proceso es perenne. Hasta que uno hace su primer escrito y permitan que acá me ponga serio: Por encargo o por motu propio, alguna vez escribimos algo que sale de nuestra cabeza. Y ahí es donde se ven los pingos. Como potencia en Guerra Fría, uno va sacando todo su arsenal frente a la hoja en blanco, todo lo que lo influenció en la vida se ve volcado en el papel. Mi primer escrito lo tiene mi mamá (supongo que todavía lo tiene), es un cuentito que me hicieron hacer en quinto grado. Muchos no saben que a los 10 años mi vida cambió mucho, nació mi hermana y al poco tiempo murió mi abuelo, y mi reacción a todo ese cambio fue portarme mal en el colegio. O sea, siempre fui camorrista, pero esa época fue terrible, y puedo asegurar que no era el favorito de nadie. El cuento era sobre un nene que persigue una estrella fugaz (si mi vieja sigue teniendo el cuento, me gustaría leerlo); y, después de corregirlo, la señorita Cristina dijo que le había gustado tanto, que quería que lo leyera frente a toda la clase (imaginen mi sorpresa, uno de los chicos mas quilomberos, a quien la psicopedagoga llamaba una o dos veces por semana, felicitado por algo que escribió). Como era mi costumbre en esos días, mentí. Le dije que lo tenía mi mamá en el trabajo, porque estaba tan orgullosa de mi 10 con carita feliz, que se lo mostraba a todo el mundo (que mi vieja estaba orgullosa y que se lo mostraba a todo el mundo era cierto, la mentira era que no tuviese el cuento ahí conmigo, cuando me llamó a leerlo lo tenía en la carpeta). Esquivé el bulto como un campeón y nunca nadie más leyó ese cuento (posta que me dieron ganas de leerlo). Después de eso vino un artículo para la revista del colegio, escrito a cuatro manos con mi mejor amigo. Donde dice “escrito” tendría que decir “plagiado”, porque hicimos un resumen de una nota sobre orcas que había salido en “Conozca Más”. Eso me contraría, incluso ahora. No me animé a contar mi cuento frente a mis compañeros, pero si a publicar una nota (para mí, a esa edad, ver mi nombre en una revista era igual que aparecer en tele).

En definitiva, tenemos dos días importantes en la vida de alguien que quiere escribir, ese día que no tiene fecha, que es cuando empezamos a comprender lo que escribimos, y el día que realmente escribimos algo. Y en ese momento uno se encuentra en una encrucijada: o no escribe más; o es literal y mejora lo que ya escribió y se estanca; o decide que su próximo escrito va a ser mejor. Yo decidí lo tercero, pero tardé mucho en volver a escribir. Claro, como todos, escribí algunas cartas de amor (eran el único medio por el cual me comunicar con las chicas que me gustaban, sabrán comprender esto de un chico que fue a un colegio sólo de varones), también escribí una poesía, y más de una canción. Decidí que para “escribir-escribir”, me hacía falta más preparación. Y empecé a leer más, pero nunca dejé de leer lo que leía antes. Porque ese es un error, a mi parecer. Cuando escribo, todo me influye: Goscinny, Moore, Tolkien, Asimov, Herbert, Spilberg, Lucas, Scott, Bertolucci, Marx, Che, Chomsky, Tarantino, García Márquez, Platón, Miller, Oesterheld, Bayer, Homero, Fontanarrosa… y no incluyo en esta mezcolanza a la música, que para ahorrar espacio digo “todo menos cualquier clase de cumbia”. Y ese es mi punto.

Uno no se despierta una mañana y dice “voy a empezar a escribir”. Uno llega de trabajar un día, después de ver, leer y escuchar un montón de cosas durante un muchos años, y se da cuenta que no existe el momento ideal para nada, porque lo ideal es una construcción con la que nos ponemos trabas a nosotros mismos; y abre los ojos y dice “Hoy terminan 16 años de ponerme barreras; hoy 15 de enero de 2009, tuve mi segunda epifanía”. Alguien que conozco, respeto y admiro mucho (y que seguramente nunca va a leer esto) dijo en su casamiento “10 años es un buen comienzo”, y me voy a permitir parafrasearlo: “1510 palabras es un buen comienzo”. Después de eso dijo “tenemos ganas de tirar la casa por la ventana”, y convidó a todos sus invitados el mejor asado que comí en mi vida.

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