Espero que les guste. ¡Shazbut, nanu nanu!
Estábamos el Tití, el Manu, la Rocha y yo. La esquina de Scalabrini y Paraguay estaba tan tranquila como puede estar un jueves a la una de la mañana, las cervezas salían del quiosco como suelen hacerlo estas noches de verano, y los diálogos no eran distintos de los que teníamos siempre. Sin embargo, esa noche había algo raro en el aire. Capaz era la inusitada cantidad de sirenas que sonaban.
Rocha le apoyaba las tetas en el hombro a Manu y le decía que trajera otra Quilmes en un tono mucho más que infantil, y Titi no paraba de hablar del Diablo 2. Estaba contándome algo de un desierto, pero la verdad es que yo estaba más atento en el flirteo sin sentido, mejor dicho, la alevosa calentada de pija de la que era víctima Manu. Rocha era amiga desde 6º grado, pero desde hacía un año me había empezado a caer mal. A los otros dos los conocí dos años después, cuando empezamos el secundario. Tití se sentó al lado mío, y lo primero que dijo fue “la maestra tiene como mil años… pero que tetas enormes”, Rocha se dio vuelta indignada (en esa época era mucho más recatada) y yo lo miré con ojos de plato, y por primera vez vi su cara llena de granos. Creo que tenía uno por cada pensamiento libidinoso, y tenía muchos por día. Manuel se sentó adelante, en la otra punta del aula. Venía de colegio privado (la familia se había mudado hacía poco a un par de cuadras de mi casa, y por alguna razón lo anotaron ahí) y levantaba la mano cada vez que los profesores preguntaban algo. No era el perfil de amigo que tenía, pero me lo crucé un par de veces jugando al metegol. Tenía la maravillosa virtud de ser zurdo, por lo que usar al arquero no se le dificultaba para nada. Antes de haber empezado el mes de clases se cambió de lugar, al lado de Rocha, y el resto es historia.
Decidí que Manu ya había pagado suficientes cervezas, así que lo acompañé, dejando a Rocha lidiar con las momias que atacaban a la hechicera que usaba Tití en el juego (por alguna extraña razón él era inmune a su extorsión sexual). Pero en el trayecto pasó algo. De la nada, alguien se tiró sobre Manu. Tuve un momento de duda; con nuestros compañeros era normal que nos molestáramos así, pero en esta persona había algo raro. Más allá de su palidez y la mirada desencajada que tenía, lo que más me llamó la atención fue el ruido que hacía. No, el ruido no… la falta de ruido. Sus movimientos no emitían sonido, ese cuerpo que atacaba a mi amigo no emitía señal acústica alguna, salvo un gruñido gutural. Manu no tuvo ese momento de duda, e instintivamente lo golpeó con el envase; a partir de ese momento todo cobró el matiz surrealista que tiene la realidad ahora. Muchas veces nos habíamos peleado en la calle, y en más de una pelea alguna botella golpeó una cabeza. Pero nunca había pasado lo que pasó ahí. El golpe de Manuel dio de lleno en la cara del tipo, y su cabeza voló. No en sentido figurado. Se le desprendió del cuerpo y fue a dar a la mitad de Paraguay. Tití y Rocha vinieron corriendo, pero los alcanzamos a medio camino y los obligamos a ir para el otro lado. Ninguno entendió lo que había pasado, pero los dos estábamos seguros de que no queríamos estar cerca de un cuerpo decapitado.
Encaramos para mi casa, que estaba a dos cuadras, sobre Malabia, y mis viejos habían salido. Mientras estábamos cruzando Scalabrini, vimos que desde el lado de Santa Fe venía un grupo de gente con la misma mirada, la misma palidez y la misma ausencia sonora y el mismo gruñido, en distintos tonos. No sabíamos lo que pasaba, pero lo íbamos a averiguar en breve. En mi casa había internet.
dale hijo de puta seguilo!!
ResponderEliminarMega re grosso ameego...
ResponderEliminarChe... el blog muy copado también... me gusta como escribís!