sábado, 4 de mayo de 2013

Ürop Tour - Fecha 5, "Raíces"


En la marea inconmensurable que son las historias de la inmigración italiana en Argentina, hay un capítulo ínfimo que le corresponde a un genovés; en principio pescador, pero devenido en un delincuente llamado Giuseppe; Giuseppino para su círculo íntimo; Abuelo Pino para mi. La verdad es que no lo conocí, se murió cuando todavía no había cumplido los 11 años, pero me fui enterando de hilachas de su vida en medida que pude hacer que mi padre suelte la lengua. En algún momento de su vida "vendía negros". No es que haya sido esclavista (aunque no estoy seguro de nada), sino que embriagaba gente y la entregaba a los chorros. En otro momento de su vida se vio obligado a ponerse un uniforme y estar en el ejército italiano, durante la ocupación en Grecia. Pasaba hambre y robaba la comida que podía. O capaz no pasaba hambre, y capaz que la comida la vendía. Pero prometió nunca dispararle a una persona. En algún momento desertó y se escondió en los montes de Finale, su pueblo natal. Acá hizo lo que pudo, fue chapista, tuvo un taller textil y estuvo preso por traficar "encendedores" (eso me contaron). Jugaba al poker, la compañía era siempre la misma: 3 amigos, 1 desconocido. En una trasnoche inventó Bagaronza, porque un perejil se le estaba complicando para desemplumar. Y 50 años después fue mi (nuestra, somos varios haciéndola) tesis.

Seguramente gente mucho más capaz y elocuente haya teorizado sobre la filosofía de la pintura de Gauguin, sobe la profundidad de las preguntas y su efecto en la psiquis humana. En mi caso, cuando nos planteamos viajar a Italia, era imperativo venir. No porque no sepa hacia dónde estoy yendo (tampoco es que lo tengo claro, pero no es algo que me preocupe). Puede ser un poco porque todavía entoy tratando de responder "qué soy". Pero definitivamente es la parte de "de dónde vengo" la que más me interesaba.





El viaje fue un tanto caótico, pero cuando llegamos entendí un montón de cosas. El olor a tabaco armado, barato y un tanto rancio, que por alguna razón me hace acordar a un departamento sobre Avenida Corrientes al que iba de vez en cuando. Las máquinas tragamonedas, la playa, el muelle, los barcos. No buscamos familiares, principalmente porque pensamos que nos íbamos a encontrar con un pueblo y descubrimos una pequeña ciudad. Comimos alguna boludez y mi hermana metió playa. A mi me dio por caminar. La ciudad es toda igual, no saqué fotos. Algo que me llamó la atención es que hay muchos edificios "nuevos" (ponele, como los edificios de Villa Gesell), pintados como si fuesen viejos, con columnas y toda la perinola. Salir fue un poco como salir de la isla de Lost, nunca entendimos bien qué tren había que tomar y no sabíamos si estábamos volviendo a Génova o si nos íbamos a encontrar cenando en Sanremo. Finalmente fue la primera, por suerte. Logré comer pescado y pedir el café como me gusta (para vos, amigue que está por viajar y gusta de consejos gratuitos: Café americano, con un piú de latte freda. Te van a dar la taza de café grande, con la medida de espresso que toman acá y dos frasquitos, uno con leche fría (si la querés caliente decile latte calda) y otro con agua caliente. La cerveza de la noche fue una Ichnusa, de Cerdeña. 


Los pieses al agua.
Finale Ligure, tranca 120.

Es la 1am y mañana tengo que tomar un tren. No esperen muchas noticias porque vamos a estar todo el día viajando. Shazbut, ¡nanu nanu!

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